viernes, 23 de marzo de 2018

El destino y la suerte separaron los vivos de los muertos en el desastres del puente de Miami

Richie Humble caminaba de un lado a otro sin quitarse el teléfono del oído. Gritaba, no solamente para que lo escucharan por encima de la cacofonía de las sirenas de los rescatistas y el claxon de los vehículos, que parecían la banda sonora del mismo infierno, sino para tratar de entender el caos que había abrumado su vida. Pocos minutos antes, estaba sentado en el vehículo de una amiga, regresando a casa tras una cita médica. De repente, el vehículo quedó atrapado bajo toneladas de hormigón, había sangre por todas partes y una policía que lo sacaba del carro le decía que no había nada que pudiera hacer.
“¡Mamá!”, gritó, con la voz presa de miedo, pánico y lo incomprensible de lo que estaba diciendo. “¡El puente nos cayó encima!”
Esas cinco palabras parecían poco para describir que 950 toneladas de hormigón se desplomaran sobre una concurrida calle de Sweetwater el 15 de marzo, con un saldo de seis muertos y nueve heridos. Pero lo súbito de la violencia del colapso y el hecho que cambió la percepción humana de la realidad —los puentes no se caen, no en Estados Unidos— parecían dejar las palabras en su sentido más esencial. “Imagínese, su carro quedó aplastado como una tortilla”, dijo la hermana de uno de los fallecidos.
fuente:elnuevoherald.com

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